martes, 1 de enero de 2013

El fuego

- ¿Oiga, y a usted por qué le gusta vivir en un lugar que es tan frío en invierno?
- Pues mire: por lo bien que lo paso cuando me meto en casita y me siento junto al fuego del hogar con un libro en las manos.
En cierta ocasión (hace ya tanto tiempo) estaba con un amigo de lo que entonces se empezaba a decir de empalme, que consistía en prolongar la juerga de noche y de madrugada sin retirarse a casa. En aquella casa de Beartzun se tocaban la paz y el silencio con las manos, sentados junto al fuego cada uno con su copa de pacharán después de un sabroso y contundente almuerzo. 
No hay película, puede que unicamente 200 ó 300, ni televisión ni cosa por el estilo comparable al espectáculo de un fuego, de unas llamas que prenden el leño, ora de un lado ora de otro, siempre distintas. 
De pronto, Julián hizo un comentario:
- ¿Has observado que el fuego es como la vida?
- ¿Y pues?, le respondí.
No dijo nada, echó unas pequeñas ramas secas que enseguida prendieron, con fuerza primero, como con furia y vehemencia, con ardor impetuoso. Luego, conforme se consumían las llamas fueron cediendo hasta que sólo quedaron unas brasas que se fueron apagando.
- ¿Has entendido?, me preguntó entonces.
- Entendido, tomo nota.
Tomamos un trago y ambos continuamos. En silencio.